Por Santi Carrillo
Claustrofobia y su leyenda. Un grupo sin suerte que, no obstante, supo crear, a través de sus canciones, un gran mito a su alrededor. En la década de los ochenta, los de Pedro Burruezo (ahora con Bohemia Camerata) se salieron de la norma. Excesivos y ambiciosos, sin miedo al ridículo, no obtuvieron mucho eco, pero calaron hondo entre sus pocos seguidores. Santi Carrillo los recordó en esta columna de opinión a partir de su encuentro con Extraperlo en 2010 en un concierto en el CCCB, unión que posibilitó un cierto revival de la música de Claustrofobia.
Y saltó la sorpresa en forma de Claustrofobia, grupo-reliquia de los ochenta. Sucedió en “Visca Barcelona Pop!”, homenaje transgeneracional al pop de Barcelona celebrado el 9 de abril de 2010 en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB). Dentro de una velada ideada para juntar a músicos de diversas épocas, el gran Pedro Burruezo estuvo arropado por los Extraperlo(debutantes de 2009 con “Desayuno continental”), quienes procuraron el colchón ideal para que el extravagante cantante de Claustrofobia convenciera a amigos y enemigos: sonó soberbio. Y es que aquello echó chispas, rememorando los intensos bolos de sus inicios, cuando unas letras como de tebeo de línea clara (aventuras y pasiones idealizadas) servían de base para ese tecno-claustropop arrebatado que los emparentaba con Golpes Bajos y La Mode (y también con los mundos de Sisa, con y sin Melodrama). Luego derivaron hacia una curiosa y autodidacta flamenquización, que a la postre sirvió de base al actual proyecto místico-bohemio de Pedro (Burruezo & Bohemia Camerata), ya volcado en su algarabía arábiga.
El tercero de Claustrofobia, “Repulsión”, de 1987, fue escogido mejor LP nacional de aquel año en Rockdelux, y luego ese disco ha sido repescado varias veces en los diversos resúmenes que desde estas páginas se han hecho, ya fuese entre lo más significativo de esa década (clasificado en el número 18; ver Rockdelux 66) o, incluso, del siglo XX (situado en el número 70). Siempre se premió la imaginación y la versatilidad de Pedro Burruezo, su líder (un bocazas entrañable). Empeñado en cantar cosas difíciles de ser cantadas, su romanticismo decadente, aunque a veces lindando con lo extremadamente cursi, y su estentóreo quejío desgarrado, aunque a veces sonando estridente y sin el fuelle deseado, insuflaban vida a un cancionero presa del arrebato y del frenesí.
Cuando tenían un buen día, en directo eran toda una experiencia. La mezcla de sintetizador, percusión electrónica, armónica, piano y toasting solía concluir en un caos encendido de emoción y brutalidad. Sus boleros posmodernos y su trepidante descontrol rítmico tomaban como modelos, de un modo desafinado, a Héctor Lavoe, Elvis Costello, Carlos Gardel, Jonathan Richman, Boris Vian, Camarón, Ian Curtis, Germán Coppini, James Brown, David Byrne y Robert Wyatt, referencias inusuales para una época en que la autenticidad rockera de caspa y grasa campaba a sus anchas.
Claustrofobia fueron unos malditos, pero sus gustos modernos los revelan ahora como unos avanzados visionarios. Entre la pretenciosidad y la sensiblería, capaces de lo mejor y lo peor casi en la misma secuencia, se atrevieron con el dub, la cosa latina y los delirios africanistas cuando nadie lo esperaba y, sobre todo, cuando nadie lo agradecía. Sus canciones sofisticadas y sucias a un tiempo merecerían una segunda oportunidad, como sorprendentemente se pudo vivir y disfrutar, más de veinte años después, en el CCCB.